Por Luisa Ballentine
Cosas especiales para decir sobre el trabajo de la Compañía de Lia Rodrigues, sobran, y la más impactante de ellas es que, tratándose de un cuerpo de danza, no hay uso de música ni escenografía, sólo los sonidos que son capaces de producir con su cuerpo (pasos, gritos y respiración, básicamente), además de unas cuentas botellas de ketchup y leche.
Bajo el título de “Encarnación” y la dirección de Lia Rodrigues, asistimos a una función donde predomina lo humano del dolor. Hay emociones fluyendo constantemente y la imposibilidad de realizar actividades fundamentales de la vida, como hablar, moverse, gritar o llorar, que terminan encausándose a través del rojo, representando la sangre, de los cuerpos desnudos y de la exaltación de símbolos como la madre, la mujer creadora y el hombre depredador.
Y cómo no, si este montaje coreográfico está basado en el libro “Ante el dolor de los demás” de Susan Sontag, reconocida intelectual fallecida en el 2004, quien plasmó en éste y muchos otros volúmenes, una ferviente crítica hacia el modo de vida estadounidense. Específicamente en “Ante el dolor de los demás”, utiliza la fotografía para dar cuenta de la guerra y el horror.
Esta mezcla de lo que se ve con lo que se piensa sobre lo visto, es la reflexión que sustenta a “Encarnado”, pues son justamente imágenes e instantáneas las que se ven en el escenario, y no necesariamente un relato lineal e histórico.
Los 9 bailarines pasan por distintos estados y conmueven gracias a la empatía que producen sus limitaciones, además del brillante desempeño que alcanzan con los “efectos especiales”, que no son más que la danza y la sangre. La iluminación colabora en este menester, aportando tonos amarillos muy tenues que invitan a pensar cada cuadro como si estuviera al fragor de una chimenea.
Hay también interacción con el público a través de un constante miedo que nos hace pensar que en cualquier momento el baño de sangre saltará hacia las gradas; sin embargo sólo se produce un diálogo entre quienes observan y una especie de lobo-feroz-depredador, que en algún momento sale del escenario y comienza a escalar entre los asientos.
A pesar de su brillantez, “Encarnado” es un montaje para un público reducido, interesado en la danza contemporánea y experimental, y abierto a todo tipo de provocaciones, desde el desnudo permanente del elenco, hasta la incomprensión absoluta de algunos instantes de la obra. Para muchos, éste es el leit motiv del arte de nuestro tiempo, y quizás sólo por eso, valga la pena verla y evaluar el propio impacto de su propuesta en cada uno.
Cosas especiales para decir sobre el trabajo de la Compañía de Lia Rodrigues, sobran, y la más impactante de ellas es que, tratándose de un cuerpo de danza, no hay uso de música ni escenografía, sólo los sonidos que son capaces de producir con su cuerpo (pasos, gritos y respiración, básicamente), además de unas cuentas botellas de ketchup y leche.
Bajo el título de “Encarnación” y la dirección de Lia Rodrigues, asistimos a una función donde predomina lo humano del dolor. Hay emociones fluyendo constantemente y la imposibilidad de realizar actividades fundamentales de la vida, como hablar, moverse, gritar o llorar, que terminan encausándose a través del rojo, representando la sangre, de los cuerpos desnudos y de la exaltación de símbolos como la madre, la mujer creadora y el hombre depredador.
Y cómo no, si este montaje coreográfico está basado en el libro “Ante el dolor de los demás” de Susan Sontag, reconocida intelectual fallecida en el 2004, quien plasmó en éste y muchos otros volúmenes, una ferviente crítica hacia el modo de vida estadounidense. Específicamente en “Ante el dolor de los demás”, utiliza la fotografía para dar cuenta de la guerra y el horror.
Esta mezcla de lo que se ve con lo que se piensa sobre lo visto, es la reflexión que sustenta a “Encarnado”, pues son justamente imágenes e instantáneas las que se ven en el escenario, y no necesariamente un relato lineal e histórico.
Los 9 bailarines pasan por distintos estados y conmueven gracias a la empatía que producen sus limitaciones, además del brillante desempeño que alcanzan con los “efectos especiales”, que no son más que la danza y la sangre. La iluminación colabora en este menester, aportando tonos amarillos muy tenues que invitan a pensar cada cuadro como si estuviera al fragor de una chimenea.
Hay también interacción con el público a través de un constante miedo que nos hace pensar que en cualquier momento el baño de sangre saltará hacia las gradas; sin embargo sólo se produce un diálogo entre quienes observan y una especie de lobo-feroz-depredador, que en algún momento sale del escenario y comienza a escalar entre los asientos.
A pesar de su brillantez, “Encarnado” es un montaje para un público reducido, interesado en la danza contemporánea y experimental, y abierto a todo tipo de provocaciones, desde el desnudo permanente del elenco, hasta la incomprensión absoluta de algunos instantes de la obra. Para muchos, éste es el leit motiv del arte de nuestro tiempo, y quizás sólo por eso, valga la pena verla y evaluar el propio impacto de su propuesta en cada uno.
Presentada en el marco del Festival Santiago a Mil
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