Daniela Fernández interpretando a la madre, es la mayor atracción de Parir, una obra sustentada en el texto y esta suerte de monólogo que a ratos interrumpen los tres hijos para tratar de hacer entrar en razón a una mujer que dispara misiles con su boca.
Parece que la madre ha perdido la cabeza, se comunica con sus hijos de manera muy ruda y les da lecciones acerca de lo difícil que es la vida y de cómo deberían perderse en el alcohol y el sexo. Se burla de ellos, los huevonea e insta a asumir su condición de pobres.
Sin embargo, ¿no será éste un retrato de algo que las madres tienen guardado y, eventualmente, quisieran decir a todos sus hijos un día? Es una posibilidad interesante y ahí radica la fortaleza de este montaje. Es cierto, rompe con todos los cánones tradicionales de la relación madre e hijos y se inserta como una comedia hilarante, pero… podría ser un buen ejemplo de aquello que nos hace reír para no llorar.
La escenografía es sencilla: una mesa y luces que simulan velas en un corte de luz. Es todo. Los cuatro personajes sentados componen el resto del cuadro que transcurre entre las aspiraciones de ser actor del hijo y la infelicidad de la hija mayor que trabaja en un call center, dejando en un segundo plano a la pequeña estudiante en uniforme escolar.
Es una gran apuesta. Casi sin escenografía, un monólogo provocador e inteligente abre las puertas de esa caverna oscura que una madre alcohólica puede significar en la vida de sus hijos y muestra cómo pierde la cordura en un momento particular que quizás es uno de muchos en su historia.
Un buen concepto, una buena ejecución y, sobre todo, una actuación memorable en el rol protagónico, hacen de Parir una experiencia catártica que vale la pena ver.
¿Cuándo y dónde? Ver ficha en Solo Teatro.
Parece que la madre ha perdido la cabeza, se comunica con sus hijos de manera muy ruda y les da lecciones acerca de lo difícil que es la vida y de cómo deberían perderse en el alcohol y el sexo. Se burla de ellos, los huevonea e insta a asumir su condición de pobres.
Sin embargo, ¿no será éste un retrato de algo que las madres tienen guardado y, eventualmente, quisieran decir a todos sus hijos un día? Es una posibilidad interesante y ahí radica la fortaleza de este montaje. Es cierto, rompe con todos los cánones tradicionales de la relación madre e hijos y se inserta como una comedia hilarante, pero… podría ser un buen ejemplo de aquello que nos hace reír para no llorar.
La escenografía es sencilla: una mesa y luces que simulan velas en un corte de luz. Es todo. Los cuatro personajes sentados componen el resto del cuadro que transcurre entre las aspiraciones de ser actor del hijo y la infelicidad de la hija mayor que trabaja en un call center, dejando en un segundo plano a la pequeña estudiante en uniforme escolar.
Es una gran apuesta. Casi sin escenografía, un monólogo provocador e inteligente abre las puertas de esa caverna oscura que una madre alcohólica puede significar en la vida de sus hijos y muestra cómo pierde la cordura en un momento particular que quizás es uno de muchos en su historia.
Un buen concepto, una buena ejecución y, sobre todo, una actuación memorable en el rol protagónico, hacen de Parir una experiencia catártica que vale la pena ver.
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