sábado, 29 de marzo de 2008

Cristo

Por Luisa Ballentine

La nueva obra de la joven y destacada dramaturga Manuela Infante, lleva el nombre de Cristo y obtuvo un Fondart para su realización.

Sin embargo el trabajo que se observa sobre el escenario de Matucana 100 está lejos de indagar en la figura del llamado hijo de dios, pues su temática central es otra que se vale de él para alzarse como eje principal: la representación.

Cristo es un montaje sobre la representación. Se revuelve en la dificultad de llevar a escena algo que tantos ya han llevado, y en lo imposible que resulta la propuesta de escenificar algún momento que nadie haya hecho, con el riesgo de estar mostrando lo que nunca ocurrió en la realidad.

Se apela a la premisa de que todo ya está escrito, y en este juego los actores actúan de sí mismos tratando de asir la originalidad, pero chocando con la dificultad de serlo cuando existen tantos referentes previos sobre casi todo aquello relativo a Cristo.

La escenografía está hecha de cartón, un elemento noble que da vida a los momentos más emotivos de la obra, que se viven hacia el final de la hora y cuarenta minutos que dura, y que se acompaña de una iluminación en apariencia pobre, pero más bien precisa; pues se parte de la base de la economía de este recurso, dando mayor protagonismo al audiovisual.

En ese sentido se rompe un poco con la idea de la puesta en escena única en su momento, que sólo se vive mientras es representada y que no es igual en ninguna de sus funciones. Aquí, gran parte de la acción está previamente grabada, sin embargo es posible vivir instantes únicos cuando se comienza a aclarar la compleja historia y se devela la realidad de la obra: aunque los actores señalan que se trata de un ejercicio que demuestra el proceso fallido para hacer una obra sobre Cristo, lo cierto es que todo tiene que ver con la representación, pues incluso la seudo realidad de esa creación, ha sido “re-presentada” para el público que asiste cada noche.

Las actuaciones son sólidas y destacan por las caracterizaciones de los ancianos que dan comienzo a la historia, como también por la personificación de los atribulados jóvenes que en un momento son apóstoles y luego se convierten en marionetas de un mandato superior.

No es una obra sencilla. Aunque hay momentos de diversión y emoción muy claros, se trata de una trama más bien compleja que no cualquiera puede seguir y apreciar. Lo que sí vale la pena y es un imperdible de Cristo, sin duda alguna, recae en el final, donde se revela en su desnudez el objetivo de hacer un montaje de estas características, que aunque a ratos pareciera no tener un centro, siempre sabe dónde comienza y dónde termina todo aquello de lo que quiere hablar.

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