Luis Barrales lo hizo otra vez. Con el estreno de Patas de gallo, el dramaturgo no sólo confirma porqué es el autor emergente más montado del último tiempo, sino que además muestra más luces acerca de los elementos que caracterizan su propuesta escritural.
Así como en Hans Pozo y Niñas araña, Patas de gallo contiene momentos de alto valor poético que se manifiestan en pequeños monólogos a cargo de sus protagonistas. En algún momento de la historia, todos tienen algo que decir que rompe con la estructura tradicional del acontecimiento para situarse en el flanco del discurso y la protesta social.
La puesta de escena contempla pocos elementos, pero poderosos: la escenografía es un paradero de micro que funciona como la casa de una familia, aparentemente, tradicional; la iluminación evoca los distintos momentos y marca las transiciones entre las reflexiones personales y la representación coral, y la música aparece en pocos instantes para acentuar el ambiente frío y retorcido del montaje.
La historia transcurre durante semana santa y tiene como protagonista al profeta de la familia, el hijo mayor que dice ser vidente y vaticina el futuro de quienes lo rodean. Lo acompañan el padrastro, la madre y la hermana; todos personificados a la perfección por Juan Pablo Miranda, Priscila Guerra, Rodrigo Soto y Marcela Salinas, quienes brindan actuaciones memorables, destacadas y profundas.
La dirección de Omar Morán es impecable. A Patas de gallo no le faltan ni le sobran elementos, es un aporte en la cartelera santiaguina y una reflexión amplia sobre la pobreza, el maltrato, la discriminación y el país de cartón que Chile es para la mayor parte de la sociedad.
¿Cuándo y dónde? Ver ficha en Solo Teatro.
Así como en Hans Pozo y Niñas araña, Patas de gallo contiene momentos de alto valor poético que se manifiestan en pequeños monólogos a cargo de sus protagonistas. En algún momento de la historia, todos tienen algo que decir que rompe con la estructura tradicional del acontecimiento para situarse en el flanco del discurso y la protesta social.
La puesta de escena contempla pocos elementos, pero poderosos: la escenografía es un paradero de micro que funciona como la casa de una familia, aparentemente, tradicional; la iluminación evoca los distintos momentos y marca las transiciones entre las reflexiones personales y la representación coral, y la música aparece en pocos instantes para acentuar el ambiente frío y retorcido del montaje.
La historia transcurre durante semana santa y tiene como protagonista al profeta de la familia, el hijo mayor que dice ser vidente y vaticina el futuro de quienes lo rodean. Lo acompañan el padrastro, la madre y la hermana; todos personificados a la perfección por Juan Pablo Miranda, Priscila Guerra, Rodrigo Soto y Marcela Salinas, quienes brindan actuaciones memorables, destacadas y profundas.
La dirección de Omar Morán es impecable. A Patas de gallo no le faltan ni le sobran elementos, es un aporte en la cartelera santiaguina y una reflexión amplia sobre la pobreza, el maltrato, la discriminación y el país de cartón que Chile es para la mayor parte de la sociedad.
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