Pichannica es una obra bastante especial que expone, de manera mucho más clara que en sus trabajos anteriores, algunos de los temas que interesan a la compañía La oruga. Es un montaje de fútbol, muy propicio para la época mundialera que vivimos, pero que no indaga en las características del deporte ni en el trabajo del equipo, sino en cómo todo un pueblo es capaz de sembrar sus esperanzas en un partido de 90 minutos.
Lo distinto de Pichannica es que comienza con un retrato a los personajes y su rol dentro del engranaje que implica el fútbol: algunos son jugadores, otros hinchas y hay un entrenador. Entre ellos se dan, también, relaciones de parentesco. Luego, da paso a una metáfora que sitúa al obrero y la explotación al centro de la historia. Es entonces cuando los personajes tiñen sus rostros para contar la miseria en que viven, pero no se refieren sólo a ellos, sino también a nuestros antepasados mineros, al presente y el futuro de Chile en lo que respecta a su fuerza laboral.
El fútbol es, para todos, el momento de la revancha social; un instante en el que aquéllos que no tienen apellidos sofisticados ni posesiones materiales más allá de lo que quepa en una pequeña caja, pueden tocar el cielo y ganarle a la vida o al destino. Es la hora y media en que olvidan de dónde vienen y que no van a ningún lado. Nada más importa que la pelota y lo que suceda en la cancha.
Una mención especial merece la banda en vivo que musicaliza el montaje. Su trabajo es un espectáculo en sí mismo, su actitud es un emblema, su música es contagiosa, está viva, dan ganas de bailar con los actores ese tango feroz de rabia y pena.
Podría ser cualquier otro deporte, podría ser la tele, podría ser el alcohol, las drogas. Da lo mismo. Lo que Carlos Huaico (autor y director) quiere retratar es uno de los refugios que escoge el ser humano para escapar de una realidad agobiante y entregarse por entero a algo que en sí mismo no tiene mayor significado, pero que mientras se consume hace olvidar todo. Y en este esquema, la relación de Chile y el fútbol es especialmente perturbadora, inquietante y soberbia: amamos algo en lo que, por lo general, lo perdemos todo.
Y así como Pichannica es esta leyenda colectiva que nos toca, también es un secreto íntimo, es un retrato de aquel joven al que hicieron creer que existía la gloria: probarse en clubes grandes, llegar a primera división, viajar a Argentina y luego a Europa. Podríamos decir que es también el deseo de la universidad, de un trabajo digno, de un futuro mejor y más brillante. Promesas de infancia que se han desvanecido para la mayoría.
No sabemos lo que le sucederá a Pichannica, la estrella del equipo, pero intuimos que luego de que se apagan las luces del teatro, su historia personal no cambia mucho y es probable que nunca salga del barrio. Es probable que sea obrero y que coma tallarines todos los días de la semana salvo el domingo.
Será uno más de tantos otros miles que apostaron todo a un sueño que nunca se cumplió.
¿Cuándo y dónde? Ver ficha en Solo Teatro.
Lo distinto de Pichannica es que comienza con un retrato a los personajes y su rol dentro del engranaje que implica el fútbol: algunos son jugadores, otros hinchas y hay un entrenador. Entre ellos se dan, también, relaciones de parentesco. Luego, da paso a una metáfora que sitúa al obrero y la explotación al centro de la historia. Es entonces cuando los personajes tiñen sus rostros para contar la miseria en que viven, pero no se refieren sólo a ellos, sino también a nuestros antepasados mineros, al presente y el futuro de Chile en lo que respecta a su fuerza laboral.
El fútbol es, para todos, el momento de la revancha social; un instante en el que aquéllos que no tienen apellidos sofisticados ni posesiones materiales más allá de lo que quepa en una pequeña caja, pueden tocar el cielo y ganarle a la vida o al destino. Es la hora y media en que olvidan de dónde vienen y que no van a ningún lado. Nada más importa que la pelota y lo que suceda en la cancha.
Una mención especial merece la banda en vivo que musicaliza el montaje. Su trabajo es un espectáculo en sí mismo, su actitud es un emblema, su música es contagiosa, está viva, dan ganas de bailar con los actores ese tango feroz de rabia y pena.
Podría ser cualquier otro deporte, podría ser la tele, podría ser el alcohol, las drogas. Da lo mismo. Lo que Carlos Huaico (autor y director) quiere retratar es uno de los refugios que escoge el ser humano para escapar de una realidad agobiante y entregarse por entero a algo que en sí mismo no tiene mayor significado, pero que mientras se consume hace olvidar todo. Y en este esquema, la relación de Chile y el fútbol es especialmente perturbadora, inquietante y soberbia: amamos algo en lo que, por lo general, lo perdemos todo.
Y así como Pichannica es esta leyenda colectiva que nos toca, también es un secreto íntimo, es un retrato de aquel joven al que hicieron creer que existía la gloria: probarse en clubes grandes, llegar a primera división, viajar a Argentina y luego a Europa. Podríamos decir que es también el deseo de la universidad, de un trabajo digno, de un futuro mejor y más brillante. Promesas de infancia que se han desvanecido para la mayoría.
No sabemos lo que le sucederá a Pichannica, la estrella del equipo, pero intuimos que luego de que se apagan las luces del teatro, su historia personal no cambia mucho y es probable que nunca salga del barrio. Es probable que sea obrero y que coma tallarines todos los días de la semana salvo el domingo.
Será uno más de tantos otros miles que apostaron todo a un sueño que nunca se cumplió.
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