Es un desafío interesante plantearnos la figura que representa El coordinador en estos días. Vendría a ser una suerte de gran hermano omnipotente que todo lo sabe y a todos maneja. Tiene el poder de la información, uno de los más importantes al momento de manipular: él sabe. Sabe cosas importantes de los demás, quiénes son, a qué vienen, pero más relevante, a qué temen.
Utilizando esa batería de conocimiento logra articular su red de sumisión y someter a los demás a su antojo. Cómo negarse ante las órdenes de aquél que parece saberlo todo sobre ti y que con cada palabra llega más adentro de tu humanidad y descubre lo más secreto, lo que nadie debiera nunca ver de uno mismo.
Este impactante perfil autoritario que construye Benjamín Galemiri, mantiene su vigencia en este 2010 y, especialmente, en el contexto del Bicentenario de Chile. ¿Existe, hoy, esa figura dominante que nos fuerza y nos oprime? Existe, y lo hace en distintos niveles, no sólo estatal, sino también corporativo, pero sobre todo personal. Hemos cruzado el umbral de la alienación de manera tan drástica y poco reflexiva, que hoy en día somos nuestro propio dictador y vivimos esclavizados a fórmulas de control que, si bien no las creamos, no somos capaces de dejar atrás y empezar una vida diferente.
Estamos insertos en la dictadura de la mediocridad, del asentir siempre con miedo de decir algo que sea distinto. Necesitamos esa voz que justifique nuestras acciones: un jefe que nos dé órdenes, un padre severo, un gobierno burocrático; todos son obstáculos que están ahí porque, a fin de cuentas, es más cómodo que quitarlos.
El coordinador remece las conciencias de los personajes sometidos y orquesta su decadencia última. Pero, ¿los personajes en escena no tienen otra salida? La tienen todo el tiempo, pero escogen bajar la cabeza.
Como formación ganadora repite, El coordinador regresó con su elenco original. Interpretaciones impecables y conmovedoras que nos hacen inquietarnos en nuestros asientos por aquello que observamos.
Este clásico moderno de la dramaturgia nacional ha sobrevivido este tiempo y lo hará durante muchas décadas más porque está anclado en lo que significa ser humano y en los poderes externos que operan en la vida diaria a partir del hombre que lo permite. Es un texto que remece conciencias ayer y hoy, y que llega en un momento propicio en que celebramos la independencia de un país y nos cuestionamos, con dolor, cuán libres somos realmente.
¿Cuándo y dónde? Ver ficha en Solo Teatro.
Utilizando esa batería de conocimiento logra articular su red de sumisión y someter a los demás a su antojo. Cómo negarse ante las órdenes de aquél que parece saberlo todo sobre ti y que con cada palabra llega más adentro de tu humanidad y descubre lo más secreto, lo que nadie debiera nunca ver de uno mismo.
Este impactante perfil autoritario que construye Benjamín Galemiri, mantiene su vigencia en este 2010 y, especialmente, en el contexto del Bicentenario de Chile. ¿Existe, hoy, esa figura dominante que nos fuerza y nos oprime? Existe, y lo hace en distintos niveles, no sólo estatal, sino también corporativo, pero sobre todo personal. Hemos cruzado el umbral de la alienación de manera tan drástica y poco reflexiva, que hoy en día somos nuestro propio dictador y vivimos esclavizados a fórmulas de control que, si bien no las creamos, no somos capaces de dejar atrás y empezar una vida diferente.
Estamos insertos en la dictadura de la mediocridad, del asentir siempre con miedo de decir algo que sea distinto. Necesitamos esa voz que justifique nuestras acciones: un jefe que nos dé órdenes, un padre severo, un gobierno burocrático; todos son obstáculos que están ahí porque, a fin de cuentas, es más cómodo que quitarlos.
El coordinador remece las conciencias de los personajes sometidos y orquesta su decadencia última. Pero, ¿los personajes en escena no tienen otra salida? La tienen todo el tiempo, pero escogen bajar la cabeza.
Como formación ganadora repite, El coordinador regresó con su elenco original. Interpretaciones impecables y conmovedoras que nos hacen inquietarnos en nuestros asientos por aquello que observamos.
Este clásico moderno de la dramaturgia nacional ha sobrevivido este tiempo y lo hará durante muchas décadas más porque está anclado en lo que significa ser humano y en los poderes externos que operan en la vida diaria a partir del hombre que lo permite. Es un texto que remece conciencias ayer y hoy, y que llega en un momento propicio en que celebramos la independencia de un país y nos cuestionamos, con dolor, cuán libres somos realmente.
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