Por Luisa Ballentine
Pocas actrices poseen un talento tan avasallador como el de Paulina Urrutia. De regreso en las tablas, la ex ministra de cultura, arrasa con todos los halagos como protagonista de la obra de Alejandro Moreno, “La amante fascista”.
Su rol de Iris Rojas es un papel complejo, duro, doloroso. Está en la piel de una mujer que vive la dictadura militar de una manera bastante poco corriente. La vive desde el lado del poder, de los que lo ostentan y dirigen los hilos de lo que sucede en su entorno… o al menos eso pensamos durante gran parte del montaje.
La dramaturgia es vertiginosa, como suele ser en los textos de Moreno. Los diálogos son intensos, rápidos, no permiten el respiro del descanso, se suceden uno tras otro como cuchillas de viento que intentan derribar algo en algún lugar. Y Paulina Urrutia logra, con creces, satisfacer las necesidades de ese texto. Su actuación tiene los matices correctos, su personaje es simpático, es gracioso, es triste, es patético, es un cristo inadecuado que no ha tomado conciencia de su crucifixión. Es todo lo que debe ser.
La puesta en escena es muy sencilla y se apoya en imágenes audiovisuales que permiten situar, contextualizar y metaforizar, en algunos casos, el discurso que se emite. Nada está demás, todo ha sido muy cuidado y ocupa el lugar necesario.
“La amante fascista” es una gran obra, de aquéllas que dejan mucho para reflexionar porque, a pesar de que las acciones ocurren durante la dictadura militar, muchas veces nos parece estar escuchando hablar a la típica vecina un poco facha del barrio, al caballero canoso dueño de la tierra y del peón, o a las señoras de peinado alto y tecito tibio que conversan en su casa una tarde cualquiera con la nostalgia del pasado dictador y que podemos espiar a través de videos en YouTube.
La obra tiene méritos suficientes para convertirse en un clásico moderno y hay que dar el crédito correspondiente a Urrutia, pues son su piel, su voz, su entrega, los que crean el mito y la leyenda de “La amante fascista”.
El final es rotundo como un silencio golpeado, y la escena de “la oficina” es notable, no sólo por su ejecución, sino por la evocación que hace del tan conocido pan y circo que rondó y ronda nuestra sociedad. Es un guiño especial que, si no fuera por lo macabro, podría ser incluso mágico.
¿Cuándo y dónde? Ver ficha en Solo Teatro.
Pocas actrices poseen un talento tan avasallador como el de Paulina Urrutia. De regreso en las tablas, la ex ministra de cultura, arrasa con todos los halagos como protagonista de la obra de Alejandro Moreno, “La amante fascista”.
Su rol de Iris Rojas es un papel complejo, duro, doloroso. Está en la piel de una mujer que vive la dictadura militar de una manera bastante poco corriente. La vive desde el lado del poder, de los que lo ostentan y dirigen los hilos de lo que sucede en su entorno… o al menos eso pensamos durante gran parte del montaje.
La dramaturgia es vertiginosa, como suele ser en los textos de Moreno. Los diálogos son intensos, rápidos, no permiten el respiro del descanso, se suceden uno tras otro como cuchillas de viento que intentan derribar algo en algún lugar. Y Paulina Urrutia logra, con creces, satisfacer las necesidades de ese texto. Su actuación tiene los matices correctos, su personaje es simpático, es gracioso, es triste, es patético, es un cristo inadecuado que no ha tomado conciencia de su crucifixión. Es todo lo que debe ser.
La puesta en escena es muy sencilla y se apoya en imágenes audiovisuales que permiten situar, contextualizar y metaforizar, en algunos casos, el discurso que se emite. Nada está demás, todo ha sido muy cuidado y ocupa el lugar necesario.
“La amante fascista” es una gran obra, de aquéllas que dejan mucho para reflexionar porque, a pesar de que las acciones ocurren durante la dictadura militar, muchas veces nos parece estar escuchando hablar a la típica vecina un poco facha del barrio, al caballero canoso dueño de la tierra y del peón, o a las señoras de peinado alto y tecito tibio que conversan en su casa una tarde cualquiera con la nostalgia del pasado dictador y que podemos espiar a través de videos en YouTube.
La obra tiene méritos suficientes para convertirse en un clásico moderno y hay que dar el crédito correspondiente a Urrutia, pues son su piel, su voz, su entrega, los que crean el mito y la leyenda de “La amante fascista”.
El final es rotundo como un silencio golpeado, y la escena de “la oficina” es notable, no sólo por su ejecución, sino por la evocación que hace del tan conocido pan y circo que rondó y ronda nuestra sociedad. Es un guiño especial que, si no fuera por lo macabro, podría ser incluso mágico.
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