Una comunidad olvidada del sur de Chile es la que da vida a este retrato criollo. Una fuente de soda es la sede en que se reúnen las distintas almas a compartir sus sueños y también sus miserias.
El olivo es una historia en tono sepia que se quedó detenida en un lugar sin tiempo a la espera de la muerte. Sus personajes son reflejo de ello, beben y el calor del vino es la única esperanza en una tierra abandonada.
Visualmente, la escenografía es fiel reflejo de esas fuentes de soda de pueblo, con su piso de flexit, mesas y sillas escolares y un personal que se conoce a cada uno de los comensales y entabla amistad con ellos. En este pequeño cubículo iluminado tenuemente por el wurlitzer, algunos se aman y otros ven extinguirse la vida lentamente.
Lo que más cautiva de esta obra son los personajes. Todos están muy bien interpretados y definidos. Cada vez que alguno aparece en escena, es posible identificar su pasado y la carga con la que viene. En el elenco se produce un encuentro de generaciones, los más jóvenes con los más experimentados, pero todos mantienen un alto nivel de calidad que da a El olivo un sello inconfundible.
Resulta interesante la concepción etílica que se vislumbra, el Chile curagüilla, el alcohol que soluciona todos los problemas y que circula sin restricciones todo el día y a toda hora. Sin duda un reflejo de lo que somos, pero también ¿una crítica? Quizás lo sea. Un reproche a la tendencia de ahogar los problemas y autocompadecerse, especialmente, en las horas más oscuras de la noche.
Es un trabajo que se adentra en un sinnúmero de simbolismos chilenos y que delinea la silueta de la fauna que compone a nuestra sociedad. Incluso estando lejos, estos personajes no son tan distintos de los que encontramos en cualquier ciudad. Al fin y al cabo todos sufren de soledad, monotonía y desapego.
El final es locura, fiesta, despedida. Una algarabía extraña, quizás no comprensible del todo, pero cómplice. Algo comienza o termina, algo ya no está, es un descanso para el nuevo día o un adiós. Sea como sea, los personajes marchan a sus destinos, la fuente de soda queda por primera vez vacía y los vasos de vino yacen transparentes sin manos que los alcen.
¿Cuándo y dónde? Ver ficha en Solo Teatro.
El olivo es una historia en tono sepia que se quedó detenida en un lugar sin tiempo a la espera de la muerte. Sus personajes son reflejo de ello, beben y el calor del vino es la única esperanza en una tierra abandonada.
Visualmente, la escenografía es fiel reflejo de esas fuentes de soda de pueblo, con su piso de flexit, mesas y sillas escolares y un personal que se conoce a cada uno de los comensales y entabla amistad con ellos. En este pequeño cubículo iluminado tenuemente por el wurlitzer, algunos se aman y otros ven extinguirse la vida lentamente.
Lo que más cautiva de esta obra son los personajes. Todos están muy bien interpretados y definidos. Cada vez que alguno aparece en escena, es posible identificar su pasado y la carga con la que viene. En el elenco se produce un encuentro de generaciones, los más jóvenes con los más experimentados, pero todos mantienen un alto nivel de calidad que da a El olivo un sello inconfundible.
Resulta interesante la concepción etílica que se vislumbra, el Chile curagüilla, el alcohol que soluciona todos los problemas y que circula sin restricciones todo el día y a toda hora. Sin duda un reflejo de lo que somos, pero también ¿una crítica? Quizás lo sea. Un reproche a la tendencia de ahogar los problemas y autocompadecerse, especialmente, en las horas más oscuras de la noche.
Es un trabajo que se adentra en un sinnúmero de simbolismos chilenos y que delinea la silueta de la fauna que compone a nuestra sociedad. Incluso estando lejos, estos personajes no son tan distintos de los que encontramos en cualquier ciudad. Al fin y al cabo todos sufren de soledad, monotonía y desapego.
El final es locura, fiesta, despedida. Una algarabía extraña, quizás no comprensible del todo, pero cómplice. Algo comienza o termina, algo ya no está, es un descanso para el nuevo día o un adiós. Sea como sea, los personajes marchan a sus destinos, la fuente de soda queda por primera vez vacía y los vasos de vino yacen transparentes sin manos que los alcen.
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