martes, 4 de agosto de 2009

Machote futbolero

Por Luisa Ballentine

Como pocas veces, la cartelera teatral sorprende día a día con más y mejores apuestas lideradas por los jóvenes. Esta vez es Machote futbolero la obra que llama la atención del público con una atrevida propuesta temática y escénica.

La dramaturgia de Tomás Henríquez se suma a lo que está haciendo Luis Barrales de algún modo, al ubicar el texto en la poesía del discurso y recurrir a la metáfora para referirse a las contradicciones vitales que experimentan los personajes.

En Machote futbolero, la historia está a cargo de un narrador interpretado impecablemente por Diego Ruiz que tiene a su cargo la realización de un monólogo interrumpido en una sola ocasión. Es un integrante más del barrio que presencia desde el sopor adolescente, cómo algunos jóvenes se han vendido a los viejos con plata; viejos que representan la figura de Spiniak y que pagan con billetes para tener el cuerpo de los niños pobres y silentes.

El protagonista es Ramiro y no emite palabra alguna. Su quietud representa el drama de los verdaderos abusados, incapaces de hablar y, hasta cierto punto, incapaces ya de disfrutar lo que el dinero puede conseguirles. Desde su mutismo, la interpretación que realiza Diego Acuña permite comprender que más allá de las zapatillas que sobresalen blancas en el escenario casi brillando, la tensión entre el dinero y la venta del cuerpo no se remite a una mera transacción, sino que esconde la marginalidad de un país entero que intenta sobrevivir a punta de sueldos mínimos y padres ausentes.

Freddy Araya, evocando la figura de Spiniak, sorprende en los matices que entrega: su piel es la de un ser repulsivo, escupido por la sociedad completa, pero en la intimidad de su espacio, rodeado de cuerpos desnudos, se muestra frágil y tentado por la carne joven, satisfaciendo un capricho sin el cual su vida sería miserable y tortuosa.

La puesta en escena es sencilla, pero tiene elementos bien ubicados como la recreación de una población estándar. Sentados sobre todo lo que existe, pero al mismo tiempo dentro de límites invisibles que impiden surgir, los amigos se cuentan todo sin decirse nada. El narrador tiene la misión de traducir las expresiones de Ramiro, de adivinar la historia, de contar el asco a la vida entera escenificada en la pedofilia.

Pierre Sauré, en la dirección, consigue dar unidad a los distintos momentos y agilizar las acciones que se sostienen sobre los roles de Ruiz y Araya. Gracias a ello, el montaje transcurre rápido y el final sobreviene de un momento a otro sin dar oportunidad al espectador para digerir lo que ha pasado. Se apagan las luces y todo debe ser repensado una y otra vez como un balde de agua fría.

Se apagan las luces con los amigos en la misma población y con todo empezando de nuevo en algún rincón del mundo.

¿Cuándo y dónde? Ver ficha en Solo Teatro.

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