Por Luisa Ballentine
Los textos de Raúl Zurita fueron la inspiración de Claudio Riveros, director y dramaturgo, para realizar Mi dios es vacío, montaje protagonizado por Claudia Cabezas, Pedro Jiménez y Ernesto Orellana.
Se trata de una obra intensa para sus intérpretes, quienes deben transitar por las emociones que provocan la tortura, el exilio, la soledad y el no saber dónde han ido a parar tantos amigos... tantos amores.
La puesta en escena recrea la ribera del río Mapocho en una noche de toque de queda. Una mujer y un hombre se encuentran para paliar el frío de la vida de aquel entonces. Otro hombre, lejos de sus conciencias, juega distintos roles que buscan dar cuenta de los espíritus inquietos que se han reunido, develando hacia el final una identidad conocida para el protagonista.
La personificación de un joven Zurita que da la pelea por la vida desde su trinchera como poeta, como esclavo de la escritura, resulta conmovedora y se toma las licencias justas para hacer un personaje atractivo en la escena teatral.
El ambiente que recrea el montaje es opresivo, angustiante y está siempre a la espera de la aparición de algún espíritu que arruine la falsa paz. La noche aprisiona a los personajes con sus garras, el farol es insuficiente para iluminar sus sueños pues todos están rotos. Han perdido la perspectiva de futuro y sólo tienen el pasado. Están destruidos, con una historia profunda que se retrata a la perfección sobre el escenario. Se percibe su carácter y aquello que omite el relato se aprecia a través de su interpretación.
La culminación de Mi dios es vacío trae consigo el momento más alto de la obra porque fusiona el protagonismo de Zurita, con sus palabras y la inmortalización del instante pasado para hacer un salto al presente y permitir dar un vistazo a esta figura clave de las artes nacionales y la resistencia contra la dictadura.
Este trabajo no sólo está basado en la obra del poeta, como pregona en su publicidad, sino que es un homenaje a él y al sustento de sus letras. Un homenaje muy bien logrado, muy emotivo, que no tiene excesos ni carencias.
¿Cuándo y dónde? Ver ficha en Solo Teatro.
Los textos de Raúl Zurita fueron la inspiración de Claudio Riveros, director y dramaturgo, para realizar Mi dios es vacío, montaje protagonizado por Claudia Cabezas, Pedro Jiménez y Ernesto Orellana.
Se trata de una obra intensa para sus intérpretes, quienes deben transitar por las emociones que provocan la tortura, el exilio, la soledad y el no saber dónde han ido a parar tantos amigos... tantos amores.
La puesta en escena recrea la ribera del río Mapocho en una noche de toque de queda. Una mujer y un hombre se encuentran para paliar el frío de la vida de aquel entonces. Otro hombre, lejos de sus conciencias, juega distintos roles que buscan dar cuenta de los espíritus inquietos que se han reunido, develando hacia el final una identidad conocida para el protagonista.
La personificación de un joven Zurita que da la pelea por la vida desde su trinchera como poeta, como esclavo de la escritura, resulta conmovedora y se toma las licencias justas para hacer un personaje atractivo en la escena teatral.
El ambiente que recrea el montaje es opresivo, angustiante y está siempre a la espera de la aparición de algún espíritu que arruine la falsa paz. La noche aprisiona a los personajes con sus garras, el farol es insuficiente para iluminar sus sueños pues todos están rotos. Han perdido la perspectiva de futuro y sólo tienen el pasado. Están destruidos, con una historia profunda que se retrata a la perfección sobre el escenario. Se percibe su carácter y aquello que omite el relato se aprecia a través de su interpretación.
La culminación de Mi dios es vacío trae consigo el momento más alto de la obra porque fusiona el protagonismo de Zurita, con sus palabras y la inmortalización del instante pasado para hacer un salto al presente y permitir dar un vistazo a esta figura clave de las artes nacionales y la resistencia contra la dictadura.
Este trabajo no sólo está basado en la obra del poeta, como pregona en su publicidad, sino que es un homenaje a él y al sustento de sus letras. Un homenaje muy bien logrado, muy emotivo, que no tiene excesos ni carencias.
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