martes, 12 de agosto de 2008

La omisión de la familia Coleman

Por Luisa Ballentine

Se convirtió en todo un suceso durante el pasado Festival Santiago a Mil, y ahora regresa con una nueva temporada en el Centro Mori.

La omisión de la familia Coleman es una obra que pone en evidencia al núcleo disfuncional que caracteriza nuestras sociedades. No es un retrato de un país en particular, es la mirada íntima a todo lo que se da en las relaciones humanas, y que nos avergüenza reconocer.

Con la venia de la crítica tanto argentina como chilena, y de la mano de notables actuaciones en todos sus personajes, el montaje incomoda a través de la presentación de estereotipos claramente identificables en la vida cotidiana de todos: una madre loca, un hermano enfermo, una extravagante abuela, un par de hermanos desquiciados y una hija ingrata con mejor pasar económico que todos sus parientes.

La omisión es lo que ronda todos los sucesos anecdóticos que sólo vienen a plasmar las carencias particulares de cada persona. Ya sea que se omitan los sentimientos, las realidades, las verdades... culmina todo en la farsa montada para hacer creer que se es lo que no se es. Tan simple y complejo como eso.

En Buenos Aires, La omisión de la familia Coleman se presentó en una casa; sin embargo la compañía, bajo la dirección de Claudio Tolcachir, ha sabido adaptarse a diversos escenarios donde no es posible disponer de un lugar tan idóneo como una residencia real.

En tono de humor y apelando a una historia inteligente, rápida, divertida y sencilla, este montaje es una fotografía de los conflictos de comunicación de la familia moderna y su deterioro a lo largo de los años. Un trabajo ingenioso, sin grandes recursos escénicos, que tiene a su favor la potencia de una dramaturgia exquisita y algunas de las mejores actuaciones conjuntas del teatro contemporáneo que llega hasta nuestras salas.

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