lunes, 16 de agosto de 2010

El hijo de Madonna

Por Luisa Ballentine

El hijo de Madonna es una de las obras más esquizofrénicas que me ha tocado ver en el último tiempo. Todo es una locura en este montaje, los juegos de luces, la escenografía, los personajes… pero una locura interesante, con contenido, con un norte y una razón de ser.

El argumento de este montaje gira en torno a un mito que circula en un circuito under sobre la desaparición del hijo de Madonna tras un viaje a América Latina en busca de consuelo espiritual. ¿Habrá muerto?, ¿se habrá unido a alguna secta? No hay certezas.

Un grupo de amigos comienza la reconstrucción de lo que podría haber sido esta travesía, oso Yogi incluido, y en el camino se asoma el discurso crítico contra algunas prácticas de la sociedad actual.

Estéticamente, El hijo de Madonna es una sobredosis de LSD en escena. Es una alucinación tal y como se presentan en la vida real: sin lógica, muy colorida, muy graciosa, pero con una verdad oculta.

El montaje elige como punta de lanza para esta gran catarsis, la moda de llenar los vacíos existenciales a través de experiencias “turísticas” con culturas originarias, que a su vez venden su legado ancestral por unos cuantos dólares y terminan traficando sustancias que en algún momento fueron sagradas para su pueblo.

Es una crítica potente que no necesariamente tiene que ser llevada a esos extremos. También podemos pensar en cómo la manera de vivir que poseemos hoy en día crea vacíos que, al tratar de ser llenados, resultan más profundos. En otras palabras, de aquéllos que buscan esta iluminación fantástica que les dé respuesta a su sufrimiento, ¿cuántos, realmente, encuentran algo? Muy pocos. Y nos hemos acostumbrado a vivir así, por lo tanto no es extraño ni chocante… salvo cuando lo vemos sobre un escenario convertido en una mofa producto de una noche de mucho ácido.

Me parece que el mérito de El hijo de Madonna va por ahí: en cómo la compañía La junta fue capaz de recrear en un escenario (en este caso una casa), lo que pasaría por el cerebro de unos amigos muy drogados que alcanzan ese límite en que, si bien la realidad se ve distorsionada, el contenido está muy claro y es casi epifánico en determinado momento.

Vale la pena verla para divertirse y apreciar cómo construyen su discurso de la mano del humor, sin caer en la tontera.

¿Cuándo y dónde? Ver ficha en Solo Teatro.

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