La palabra que mejor describe la propuesta de Yo no ando matando a nadie es sorpresa. Sí, porque la puesta en escena de los Hermanos Ibarra en la dirección, sorprende de principio a fin. Comenzando por una declaración de principios sencilla, en un escenario vacío que sólo tiene al protagonista para defenderlo, la obra empieza a desencadenar una interesante historia sobre la violencia y el desamparo, al mismo tiempo que va creciendo en despliegue escenográfico y visual. Del completo vacío, el espectador pasa a transitar por el otoño de los sin casa y termina cubierto de amarillo en la escena final.
Es un agrado presenciar las apuestas que en las últimas semanas los jóvenes han llevado a escena, pues aunque por lo general son descritas como erráticas, fallidamente experimentales y herméticas, lo que se ha podido apreciar durante este otoño-invierno deja contentos a muchos de los integrantes de la familia del teatro y sus públicos.
Además del tránsito que realiza Yo no ando matando a nadie, desde el vacío hasta la opulencia verbal y física de su culminación, destacan las actuaciones. Cristian Torres y Daniela Ramírez en los roles protagónicos, desnudan el capricho del amor vivido bajo circunstancias hostiles. La separación, las promesas, la melancolía del amante, la posibilidad de hijos no deseados. A pesar de la intensidad de su degradación, aún se ve en ellos esperanza, brillo de ojos que anuncia sueños y algo bueno por venir que nunca llega. Ramírez, cuya interpretación conmueve al espectador desde su rudeza y su intensidad verbal, brilla desde el momento en que su figura aparece en el escenario. Con penetrantes ojos sicóticos es capaz de atravesar el lente observador y exponer su fragilidad de fiera.
Basada en un hecho real que pone de manifiesto la lucidez de una mujer ante la procreación en un mundo de pobreza extrema, Yo no ando matando a nadie es el relato de un asesinato preventivo en contra de la figura masculina tradicional. Pero la estocada no sólo aniquila la existencia humana del amante, sino también de la supuesta dignidad del amor y su rol universal de traer más hijos al mundo. Es una estocada al modelo social, una estocada que reclama atención hacia los que menos tienen y que son mayoría.
¿Cuándo y dónde? Ver ficha en Solo Teatro.
Es un agrado presenciar las apuestas que en las últimas semanas los jóvenes han llevado a escena, pues aunque por lo general son descritas como erráticas, fallidamente experimentales y herméticas, lo que se ha podido apreciar durante este otoño-invierno deja contentos a muchos de los integrantes de la familia del teatro y sus públicos.
Además del tránsito que realiza Yo no ando matando a nadie, desde el vacío hasta la opulencia verbal y física de su culminación, destacan las actuaciones. Cristian Torres y Daniela Ramírez en los roles protagónicos, desnudan el capricho del amor vivido bajo circunstancias hostiles. La separación, las promesas, la melancolía del amante, la posibilidad de hijos no deseados. A pesar de la intensidad de su degradación, aún se ve en ellos esperanza, brillo de ojos que anuncia sueños y algo bueno por venir que nunca llega. Ramírez, cuya interpretación conmueve al espectador desde su rudeza y su intensidad verbal, brilla desde el momento en que su figura aparece en el escenario. Con penetrantes ojos sicóticos es capaz de atravesar el lente observador y exponer su fragilidad de fiera.
Basada en un hecho real que pone de manifiesto la lucidez de una mujer ante la procreación en un mundo de pobreza extrema, Yo no ando matando a nadie es el relato de un asesinato preventivo en contra de la figura masculina tradicional. Pero la estocada no sólo aniquila la existencia humana del amante, sino también de la supuesta dignidad del amor y su rol universal de traer más hijos al mundo. Es una estocada al modelo social, una estocada que reclama atención hacia los que menos tienen y que son mayoría.
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