Nuevamente, el trabajo remunerado se convierte en el eje central de un montaje que llega a nuestra cartelera. Esta vez se trata de Primera estación-Sin miedo, uno de los ganadores del reciente Festival de Nuevos Directores, que se articula en torno al concepto de la esclavitud moderna que heredamos en forma de “trabajo digno”.
Matías Paul, como dramaturgo y director, reflexiona y se cuestiona el verdadero valor del trabajo bajo la dinámica actual: un jefe y sus empleados sometidos a un horario, a una función, a una deshumanización crítica.
Paralelamente, se habla sobre el amor, el padre ausente, la necesidad de contacto con otro en momentos oscuros, todo como parte de los recuerdos de un hombre que narra los últimos momentos de su vida. ¿Es el trabajo lo que lo aleja de sus lazos sanguíneos y naturales? Quizás, quizás no. Lo cierto es que la alienación de la rutina y de cumplir día a día una labor que enriquecerá a otro del que tal vez nunca se ha visto ni el rostro, provoca que tarde o temprano haya un estallido moral y físico. Hasta dónde el ser humano es capaz de resistir la presión social y económica de su tiempo histórico que lo obliga a proveer. Hasta dónde puede resistir la tentación de una salida fácil. Hasta dónde puede aguantar su deseo de compañía y de apoyo. En qué momento decide que solo no es capaz de mantenerse en pie. En qué momento se mata… cuándo se deja morir…
La puesta en escena es limpia y aprovecha la estructura de fábrica que posee la sala. Los obreros se trasladan entre sus recovecos y van dando luces sobre un desenlace repleto de violencia, al mismo tiempo que anunciado.
El elenco cumple su parte con buenas actuaciones, honestas, reconocibles, brindando a cada personaje su lugar dentro de la historia mayor. Jimmy Fredes conquista al público y arranca carcajadas en su rol de patriarca-cerdo que se niega a reconocer a ese hijo viudo como propio, que le reclama, al mismo tiempo, su ausencia y su desfachatez de buscarlo tras tanto tiempo.
Primera estación-Sin miedo es una nueva confirmación de que los teatristas emergentes están haciendo una labor destacada. Tienen algo que decir y lo expresan con claridad, tienen un punto de vista propio, estético y retórico que se defiende sobre las tablas y que provoca, en el observador, ganas de seguir viendo buenos montajes a cargo de equipos jugados y comprometidos con la sociedad de su tiempo.
¿Cuándo y dónde? Ver ficha en Solo Teatro.
Matías Paul, como dramaturgo y director, reflexiona y se cuestiona el verdadero valor del trabajo bajo la dinámica actual: un jefe y sus empleados sometidos a un horario, a una función, a una deshumanización crítica.
Paralelamente, se habla sobre el amor, el padre ausente, la necesidad de contacto con otro en momentos oscuros, todo como parte de los recuerdos de un hombre que narra los últimos momentos de su vida. ¿Es el trabajo lo que lo aleja de sus lazos sanguíneos y naturales? Quizás, quizás no. Lo cierto es que la alienación de la rutina y de cumplir día a día una labor que enriquecerá a otro del que tal vez nunca se ha visto ni el rostro, provoca que tarde o temprano haya un estallido moral y físico. Hasta dónde el ser humano es capaz de resistir la presión social y económica de su tiempo histórico que lo obliga a proveer. Hasta dónde puede resistir la tentación de una salida fácil. Hasta dónde puede aguantar su deseo de compañía y de apoyo. En qué momento decide que solo no es capaz de mantenerse en pie. En qué momento se mata… cuándo se deja morir…
La puesta en escena es limpia y aprovecha la estructura de fábrica que posee la sala. Los obreros se trasladan entre sus recovecos y van dando luces sobre un desenlace repleto de violencia, al mismo tiempo que anunciado.
El elenco cumple su parte con buenas actuaciones, honestas, reconocibles, brindando a cada personaje su lugar dentro de la historia mayor. Jimmy Fredes conquista al público y arranca carcajadas en su rol de patriarca-cerdo que se niega a reconocer a ese hijo viudo como propio, que le reclama, al mismo tiempo, su ausencia y su desfachatez de buscarlo tras tanto tiempo.
Primera estación-Sin miedo es una nueva confirmación de que los teatristas emergentes están haciendo una labor destacada. Tienen algo que decir y lo expresan con claridad, tienen un punto de vista propio, estético y retórico que se defiende sobre las tablas y que provoca, en el observador, ganas de seguir viendo buenos montajes a cargo de equipos jugados y comprometidos con la sociedad de su tiempo.
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