El sonido de lluvia cayendo por la sala de teatro en forma de bolitas que recorren toda la extensión del lugar, es uno de los recursos que marca la totalidad de la representación de Bajo hielo, montaje que destaca por la posibilidad de ver en escena a tres grandes de la actuación que no defraudan: Daniel Muñoz, Néstor Cantillana y Gonzalo Muñoz, a quienes se suma el pequeño Benjamín Velásquez que cautiva con su gran talento a tan cortos años.
Ellos son tres ejecutivos. Ejecutivos que encarnan todas las visiones posibles que la palabra permite: hombres en traje, trabajólicos, con altos o bajos puestos laborales, marcados por el estrés y por la opresión empresarial, enceguecidos por el mundo propio que crea la corporación en torno a sus vidas, absorbiéndolas y eliminándolas de raíz.
Bajo hielo propone revisar algunas cuestiones que en nuestra sociedad parecen saldadas. Una de ellas es la esclavitud: ¿se abolió realmente o sólo hubo una transición entre un modelo y otro? La respuesta parece inclinarse hacia la segunda idea: seguimos siendo esclavos, sólo que esta vez el señor feudal no nos da casa ni alimento, sino dinero para comprarlo… y nuestras vidas siguen estando sometidas 24 horas a sus designios. El señor feudal ahora es el presidente del directorio, el jefe directo, el encargado de RRHH; sólo un disfraz de la misma teoría acerca del trabajo.
Si bien la obra plantea esta perspectiva desde el otro lado, desde los que han sido atrapados por el modelo actual de hacer empresa y los muestra como protagonistas activos y orgullosos de su devoción laboral; el relato está planteado en código irónico para dar a entender lo contrario y permitir la reflexión sobre el modo de vida actual y las nulas posibilidades de libertad que brinda el llamado “sistema”.
Ése es el planteamiento central de Bajo hielo, lo que está en el fondo, la falta de aquella libertad, su inexistencia y cómo algunos aún la anhelan, aún se buscan en el mundo y se tratan de encontrar en los otros sin respuesta, como un espejo que no devuelve el reflejo y que impide saber quién se es y dónde se está.
Con una puesta en escena poco convencional que ubica al espectador a lo largo y ancho de la sala, se consigue el efecto integrador de hacer sentir que todos estamos involucrados en la vorágine social. Que si bien vemos al protagonista amarrado a un metro de nosotros, luchando por zafarse, nada impide que esa realidad sea de otro, de uno mismo. Esa cercanía permite que nadie se sienta ajeno porque del sistema no se escapa. Estamos a un lado o al otro, pero dentro. La dirección de Heidrun Breier lleva la opresión al lado de cada butaca y ubica los estímulos en todas las esquinas de la sala para dejar en claro que se está atrapado dentro del hielo y que aunque se hagan agujeros para respirar, seguimos bajo la superficie.
¿Cuándo y dónde? Ver ficha en Solo Teatro.
Ellos son tres ejecutivos. Ejecutivos que encarnan todas las visiones posibles que la palabra permite: hombres en traje, trabajólicos, con altos o bajos puestos laborales, marcados por el estrés y por la opresión empresarial, enceguecidos por el mundo propio que crea la corporación en torno a sus vidas, absorbiéndolas y eliminándolas de raíz.
Bajo hielo propone revisar algunas cuestiones que en nuestra sociedad parecen saldadas. Una de ellas es la esclavitud: ¿se abolió realmente o sólo hubo una transición entre un modelo y otro? La respuesta parece inclinarse hacia la segunda idea: seguimos siendo esclavos, sólo que esta vez el señor feudal no nos da casa ni alimento, sino dinero para comprarlo… y nuestras vidas siguen estando sometidas 24 horas a sus designios. El señor feudal ahora es el presidente del directorio, el jefe directo, el encargado de RRHH; sólo un disfraz de la misma teoría acerca del trabajo.
Si bien la obra plantea esta perspectiva desde el otro lado, desde los que han sido atrapados por el modelo actual de hacer empresa y los muestra como protagonistas activos y orgullosos de su devoción laboral; el relato está planteado en código irónico para dar a entender lo contrario y permitir la reflexión sobre el modo de vida actual y las nulas posibilidades de libertad que brinda el llamado “sistema”.
Ése es el planteamiento central de Bajo hielo, lo que está en el fondo, la falta de aquella libertad, su inexistencia y cómo algunos aún la anhelan, aún se buscan en el mundo y se tratan de encontrar en los otros sin respuesta, como un espejo que no devuelve el reflejo y que impide saber quién se es y dónde se está.
Con una puesta en escena poco convencional que ubica al espectador a lo largo y ancho de la sala, se consigue el efecto integrador de hacer sentir que todos estamos involucrados en la vorágine social. Que si bien vemos al protagonista amarrado a un metro de nosotros, luchando por zafarse, nada impide que esa realidad sea de otro, de uno mismo. Esa cercanía permite que nadie se sienta ajeno porque del sistema no se escapa. Estamos a un lado o al otro, pero dentro. La dirección de Heidrun Breier lleva la opresión al lado de cada butaca y ubica los estímulos en todas las esquinas de la sala para dejar en claro que se está atrapado dentro del hielo y que aunque se hagan agujeros para respirar, seguimos bajo la superficie.
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