Por Luisa Ballentine
La obra ganadora de la décimo tercera Muestra Nacional de Dramaturgia, llega con una pequeña temporada a Teatro Camino. Se trata de “La casa de dios” de Marco Antonio de la Parra, quien continúa ahondando temas como la locura, el desarraigo y la necesidad de pertenencia de los seres humanos en medio de un ambiente hostil.
Esta vez el contexto es la guerra. Una guerra de la que no se tienen muchas noticias y que se escucha a lo lejos desde la habitación de un hospital siquiátrico. Aquí llega toda la tipología que pueda describirse en el estudio de los trastornos de la mente, obligando a convivir a los suicidas con los esquizofrénicos en una ensalada perfectamente ensamblada de caracteres disímiles que comparten el sueño de la libertad. Una libertad referida no sólo a las paredes, sino también a la cabeza.
Paly García, en dirección, da vida a un montaje donde la escena colectiva predomina por sobre las individualidades. Ya desde el comienzo, donde es posible apreciar las camas y el ambiente de encierro sanitario, se prevé un momento único donde en contadas ocasiones será posible ver destellos de genialidad por parte de los enfermos.
La elección del elenco denota otra acertada decisión directiva, pues se encuentra equilibrado entre reconocidas figuras del teatro y los jóvenes representantes de la actuación. De ellos destacan prácticamente todos en sus respectivos roles, pero logran mayor poder en el escenario Aldo Parodi y Valentina Muhr, la única mujer en escena que interpreta un indefinido personaje desde el punto de vista sexual, con gran fuerza e histrionismo al momento de dar visa a su locura y su amor-odio por la figura de dios.
De la locura se dice casi todo: que no es tal, que nunca muere o que los que están afuera la padecen más y peor que los que están adentro. La intención, sin embargo, de de la Parra es aferrarse a la idea de su simple existencia, más allá de quienes la encarnen y del tipo de “trastorno” del que se esté hablando. Lo esencial no es, en ningún caso, lo clínico. Lo esencial es que hay quienes tienen deseos de morir y lo intentan hasta el hartazgo; lo esencial es que algunos escuchan voces que no saben de dónde provienen; lo esencial, finalmente, es que se vive atrapado dentro de uno mismo en una realidad que parece alterada y que es lo único propio de estos seres.
La iluminación es precisa, exacta; al igual que la ambientación musical que marca los instantes de este caos que representan todos los personajes hablando al mismo tiempo en el escenario. Podría parecer un desacierto de Paly García, pero acaso ¿no es así como se manifiesta la locura? En el desorden, en la inexistencia de una cordura adecuada que permita respetar los tiempos de cada persona para hablar.
Llevando esto al área de la actuación, sería el escuchar lo que dice un actor para poder intervenir tras él; pero acá no hay nada de eso. Nadie se escucha, todos se hablan simultáneamente y de un momento a otro los enfermeros son perros, son bailarinas exóticas, son figuras de la tirana que comparten con sus enfermos una cueca a la bandera.
Quizás ahí radique todo: en la locura soterrada que envuelve al Chile de hoy y que tan bien representa esta metáfora que cada cierto tiempo se pregunta: dónde está dios.
Consulta la cartelera teatral de Santiago en www.soloteatro.cl
La obra ganadora de la décimo tercera Muestra Nacional de Dramaturgia, llega con una pequeña temporada a Teatro Camino. Se trata de “La casa de dios” de Marco Antonio de la Parra, quien continúa ahondando temas como la locura, el desarraigo y la necesidad de pertenencia de los seres humanos en medio de un ambiente hostil.
Esta vez el contexto es la guerra. Una guerra de la que no se tienen muchas noticias y que se escucha a lo lejos desde la habitación de un hospital siquiátrico. Aquí llega toda la tipología que pueda describirse en el estudio de los trastornos de la mente, obligando a convivir a los suicidas con los esquizofrénicos en una ensalada perfectamente ensamblada de caracteres disímiles que comparten el sueño de la libertad. Una libertad referida no sólo a las paredes, sino también a la cabeza.
Paly García, en dirección, da vida a un montaje donde la escena colectiva predomina por sobre las individualidades. Ya desde el comienzo, donde es posible apreciar las camas y el ambiente de encierro sanitario, se prevé un momento único donde en contadas ocasiones será posible ver destellos de genialidad por parte de los enfermos.
La elección del elenco denota otra acertada decisión directiva, pues se encuentra equilibrado entre reconocidas figuras del teatro y los jóvenes representantes de la actuación. De ellos destacan prácticamente todos en sus respectivos roles, pero logran mayor poder en el escenario Aldo Parodi y Valentina Muhr, la única mujer en escena que interpreta un indefinido personaje desde el punto de vista sexual, con gran fuerza e histrionismo al momento de dar visa a su locura y su amor-odio por la figura de dios.
De la locura se dice casi todo: que no es tal, que nunca muere o que los que están afuera la padecen más y peor que los que están adentro. La intención, sin embargo, de de la Parra es aferrarse a la idea de su simple existencia, más allá de quienes la encarnen y del tipo de “trastorno” del que se esté hablando. Lo esencial no es, en ningún caso, lo clínico. Lo esencial es que hay quienes tienen deseos de morir y lo intentan hasta el hartazgo; lo esencial es que algunos escuchan voces que no saben de dónde provienen; lo esencial, finalmente, es que se vive atrapado dentro de uno mismo en una realidad que parece alterada y que es lo único propio de estos seres.
La iluminación es precisa, exacta; al igual que la ambientación musical que marca los instantes de este caos que representan todos los personajes hablando al mismo tiempo en el escenario. Podría parecer un desacierto de Paly García, pero acaso ¿no es así como se manifiesta la locura? En el desorden, en la inexistencia de una cordura adecuada que permita respetar los tiempos de cada persona para hablar.
Llevando esto al área de la actuación, sería el escuchar lo que dice un actor para poder intervenir tras él; pero acá no hay nada de eso. Nadie se escucha, todos se hablan simultáneamente y de un momento a otro los enfermeros son perros, son bailarinas exóticas, son figuras de la tirana que comparten con sus enfermos una cueca a la bandera.
Quizás ahí radique todo: en la locura soterrada que envuelve al Chile de hoy y que tan bien representa esta metáfora que cada cierto tiempo se pregunta: dónde está dios.
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