Por Luisa Ballentine
Aldro Droguet ha escogido el clásico de Shakespeare “La violación de Lucrecía” para sustentar sobre él su nueva puesta en escena.
Se trata de un montaje que posee aspectos contemporáneos en términos de escenografía y propuesta audiovisual, pero que conserva el lenguaje clásico y ortodoxo del texto; lo que sumado a una acústica de sala cuestionable y a un pobre trabajo de voz en algunos de los actores, da como resultado una obra en la que no se entiende un porcentaje de lo que se dice.
A pesar de ello, las correctas actuaciones de Tuti Elisségaray (Lucrecía) y Raúl Oyarce (marido) aportan puntos altos a “Violación” que, dentro de la escena del teatro joven nacional, se alza como una puesta en escena destacada y muy por sobre la media, especialmente en lo que se refiere a nuevos modos de enfrentar la puesta en escena.
Aquí se recurre a métodos que ya pueden ser considerados como convencionales en el teatro moderno, como el uso de recursos audiovisuales, pero que son llevados más allá y pasan a construir una narrativa paralela que edifica y aporta al sentido del texto, pero que además otorga frescura a quien observa.
Respecto del contenido, aunque no hay desnudos explícitos en el montaje, la escena de la violación resulta bastante explícita y podría incomodar al espectador más convencional.
Su inclusión permite indagar en el nunca agotado debate sobre la necesariedad de incluir este tipo de momentos, que a pesar de parecer formar parte del pasado, aún resuena en las palabras de algunos que se han alzado contra este instante de la obra.
Al menos la misión de provocar a quien observa es clara y está presente y, aunque sea bueno advertir a los más sensibles, no está demás ver para luego discutir.
Estamos, al fin y al cabo, frente a una obra con altos y bajos que propone discursos más allá de las tablas. Y eso siempre es bueno.
Consulta la cartelera teatral de Santiago en www.soloteatro.cl
Aldro Droguet ha escogido el clásico de Shakespeare “La violación de Lucrecía” para sustentar sobre él su nueva puesta en escena.
Se trata de un montaje que posee aspectos contemporáneos en términos de escenografía y propuesta audiovisual, pero que conserva el lenguaje clásico y ortodoxo del texto; lo que sumado a una acústica de sala cuestionable y a un pobre trabajo de voz en algunos de los actores, da como resultado una obra en la que no se entiende un porcentaje de lo que se dice.
A pesar de ello, las correctas actuaciones de Tuti Elisségaray (Lucrecía) y Raúl Oyarce (marido) aportan puntos altos a “Violación” que, dentro de la escena del teatro joven nacional, se alza como una puesta en escena destacada y muy por sobre la media, especialmente en lo que se refiere a nuevos modos de enfrentar la puesta en escena.
Aquí se recurre a métodos que ya pueden ser considerados como convencionales en el teatro moderno, como el uso de recursos audiovisuales, pero que son llevados más allá y pasan a construir una narrativa paralela que edifica y aporta al sentido del texto, pero que además otorga frescura a quien observa.
Respecto del contenido, aunque no hay desnudos explícitos en el montaje, la escena de la violación resulta bastante explícita y podría incomodar al espectador más convencional.
Su inclusión permite indagar en el nunca agotado debate sobre la necesariedad de incluir este tipo de momentos, que a pesar de parecer formar parte del pasado, aún resuena en las palabras de algunos que se han alzado contra este instante de la obra.
Al menos la misión de provocar a quien observa es clara y está presente y, aunque sea bueno advertir a los más sensibles, no está demás ver para luego discutir.
Estamos, al fin y al cabo, frente a una obra con altos y bajos que propone discursos más allá de las tablas. Y eso siempre es bueno.
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