lunes, 9 de agosto de 2010

Almagro

Por Luisa Ballentine
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Lo primero que llama la atención de Almagro es la escenografía. Una tarima blanca inclinada que representa el desierto. Si el desierto fuera humano, seguramente se asemejaría mucho a las características que le hacen ser casi un personaje en esta obra: infinito, vacío, callado.

La travesía de Almagro que se presenta en este trabajo no es una recopilación histórica ni una reconstrucción de sus pasos. Es un momento de agonía en el norte de Chile. Almagro vive la crudeza de lo que significa estar abandonado a su suerte. A lo lejos, quizás, se escucha una música altiplánica que podría estar sólo en su cabeza. De día el sol lo cubre todo y en la noche no es posible distinguir ni siquiera una silueta. En este contexto, Almagro está alucinando y rechazando su suerte, al mismo tiempo que abrazándola.

Debido a la naturaleza de los textos –basados en obras de Raúl Zurita y Antonio Gil- se hace necesario referirse a esta pieza como algo que se desprende un poco del teatro en su concepción más tradicional y clásica. Me parece que Almagro es, lo que podríamos denominar, un acto “poetral”, no un montaje, y no sólo por su origen dramatúrgico, sino porque lo que está sobre el escenario es una gran metáfora que se articula con todos los elementos mencionados de la mano. No existe un comienzo, un desarrollo, ni un final. Es algo que simplemente sucede y, aunque empieza y termina para el espectador, es como si Almagro llevara días al borde de la muerte y nosotros presenciáramos un chispazo de loca lucidez que podría haber sido cualquier otro, no importa que fuera éste en particular.

El valor de Almagro radica allí, en su capacidad de crear este acto “poetral” como me parece pertinente llamarlo, y apelar a un espectador más conectado con los símbolos que con el lenguaje en sí mismo, ya sea verbal o visual.

Alfredo Castro está, los 45 minutos que dura la obra, de cabeza. Hablando, a ratos gritando, con la sangre acumulada como si los sesos le hirvieran tal cual le sucedería a cualquiera en el desierto. Un gran trabajo actoral que da cuenta del ser humano atrapado en las condiciones extremas de un medio ambiente hostil, así como de una decepción acerca de lo que es la vida o lo que pudo haber sido.

Es muy interesante, además, el enfoque de escoger este momento mostrando a un Almagro tan frágil, tan desvalido, tan al borde de todo, mientras se encuentra en el desierto. Un episodio quizás insignificante considerando que la vida del conquistador fue bastante larga y terminó en una ejecución en Perú. Esta mirada a un instante que podría pasar inadvertido, pero que en su existencia seguramente fue relevante, permite reflexionar acerca de cómo los personajes históricos son siempre retratados en momentos claves de sus vidas y no así en el cotidiano, donde realmente se puede visualizar quiénes eran en realidad y cómo percibían este mundo.

Almagro no es para todos, es para espectadores abiertos a espectáculos diferentes que juegan con los conceptos preestablecidos, corren los límites y nos desafían. Y si bien puede ser una pieza críptica, permite conectarse con el sentir del descubridor de Chile que llegó a un país que no valía la pena, en términos económicos, y lo supo demasiado tarde.

¿Cuándo y dónde? Ver ficha en Solo Teatro.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Efectivamente no es una obra para todos. Hay que hacer la advertencia. Yo la vi y no se entiende nada, pareciera a ratos que Alfredo Castro estaba drogado hablando incoherencias. Además, la ¿musica? a un tono muy repetitivo y con ruidos ensordecedores a ratos, empeoran el clima de delirio.
Si es por ver un pobre Almagro delirando bajo el calor del desierto, con una escenografía precaria y ruido enloquecedor, creo que no merece para nada pagar $6.000.
No quiero decir si es mala o buena, lo que si es seguro es que definitivamente no es para expectadores comunes y corrientes como uno, quizas sea para un público altamente especializado. Es como si a alguien lo engañen y le hagan pagar $6.000 por escuchar una obra de Karlheinz Stockhausen sin advertirle que no hay nada que entender.

Atentamente,
Patricio González (patogon.cl@gmail.com)

Luisa Ballentine dijo...

Gracias por compartir tu opinión, Patricio.

Un abrazo.